La fuerza de la madre y el padre se integra en el camino
- Isabel García
- 23 abr 2021
- 4 Min. de lectura

Cuando, por alguna razón, las heridas del padre y de la madre se acumulan en la vida sin la posibilidad de sanarlas, ya sea por que no se estila o no encuentras el camino, estas pasan a la siguiente generación, o al menos, no permiten que estés del todo presente.
Hablaré un poco de mamá: una mujer fuerte, alegre y de gran carácter, quien desde niña se enfrentó una Guerra Civil, luego la Mundial y la pérdida de todo mundo conocido.
Después llegó el rehacer su vida en varias ocasiones, conocer a mi padre, perder al suyo, perder un par de hijos, tener al primero que sobrevive y perder una hija a quien esperaban con profundo deseo.
Vivió el ver nacer a otro niño, que mi padre se fuera y finalmente, ya sola y con dos niños, nazco yo poco después.
Si bien mi madre me adoraba, no mostraba demasiado afecto, había muchas heridas y, quiero pensar, mucho miedo. Nos sacó adelante con gran tesón, pero con la edad la herida de abandono fue creciendo tanto en ella como en mis hermanos y en mí.
Sin entenderlo se fue convirtiendo en una madre agobiante y yo, con mis propios aprendizajes, y lecciones fui observando al mundo a mi alrededor y tomando decisiones desde muy joven. Entendí que el orgullo quizás te levanta, pero te separa de los que amas.
Lo mismo pasa con los secretos de familia
Las mentiras calan profundo, más cuando eres pequeña y la palabra recibida no se cumple.
Así forjé mis heridas del alma, con un par de padres perfectos para mí, que me hicieron fuerte e independiente. Claro que también hubo otro evento a temprana edad del que nunca hablé sino hasta la edad adulta.
Desarrollé el síndrome de la niña abusada. ¡Qué impresionante es el cerebro que guarda eventos que dolieron y que siguen haciendo daño de forma profunda! Y también activa mecanismos de supervivencia. Al llegar su momento me hicieron hacerme muchas preguntas.
De niña no me gustó crecer sin padre, por lo que no quise hacerle eso a un hijo; ser madre soltera no era lo mío.
Recuerdo que mi madre y mi abuela, mujeres muy guapas, cada una a su estilo, me mostraron que mucho maquillaje daña la piel y que los hábitos de limpieza la cuidan.
Al ver el cutis de ambas, me decanté por el de mi abuela, más cuidado, mientras que mi madre se arreglaba lindo, impecable.
Yo soy más sport, aunque me parece que heredé algo de su elegancia, claro, cuando me da la gana, porque cuando no, me han llegado a decir que yo despedazo el estilo…
Lo mismo disfruto un bello vestido que unos pantalones tipo cargo. En zapatillas prefiero tacón medio, pero igual disfruto unas botas. No soy tan intrépida como a veces pudiera parecer, y en su momento me pregunté por qué todo mundo me evitaba, algunos incluso decían que parecía que estuviera enojada siempre, pero que al tratarme descubrían que era agradable.
Soy apasionada y necia de herencia, pero si percibo que necesito ayuda, la pido. En mi generación si se vale hacerlo, así que empecé con terapias para entenderme.
Encontré herramientas para integrar la fuerza de mi padre y mi madre
Encontré paso a paso caminos de sanación, terapia del dolor, coaching, angelología, entrenamientos de liderazgo, constelaciones, y fui deshaciendo la madeja.
Efectivamente guardaba mucho dolor, no sólo mío, sino que, al ser la oveja negra de la familia, pues repercuto a fondo en mi divertido y loco clan.
Soy arqueóloga, me dedico a enseñar a salvar vidas en la prevención de desastres. Amo y cuido a los animales, particularmente perros y gatos. Los perros me han acompañado toda la vida, han sido mis compañeros.
He sido insensible y poco a poco me han enseñado con su amor incondicional y en los últimos años he desarrollado una bellísima conexión con ellos. Desde mi abuela los perros forman parte de la historia como miembros de la familia.
Los gatos son más recientes y un aprendizaje que requería entender, aún estoy en el camino.
El proceso de autoconocimiento me ha llevado a entender que nuestras raíces son maravillosas, no importando cuán imperfectas hayan sido las personas que fueron nuestra madre y padre, su fuerza nos da vida.
Entenderlas como personas y, luego, como nuestra madre y padre permite sanar nuestro interior. Otras personas, grandes maestros y maestras, se acercarán para recordarnos los aspectos que aún no aceptamos tanto de nosotros mismos como de ese primer par de maestros con quienes trabajaremos en reiteradas ocasiones, no importan si viven o, como los míos, ya han trascendido.
Esto lo entendí cuando hubo un valiente que se acercó, en un momento de mucho crecimiento en mi vida, para recordarme que las heridas no estaban bien cerradas.
Me permitió conocer una parte de mí que ni siquiera pensé que existiera. Sin embargo, no todo es para siempre y ese gran maestro me mostró que el amor propio aún requería trabajo.
Siempre hay trabajo emocional qué hacer
Tenemos un lucero que nos guía, me mostró caminos muy bellos y me conectó espiritualmente con el raja yoga, esto me permitió entender la espiritualidad que resonaba en mí y que no encajaba con ninguna religión.
Con sabiduría interna, también descubrí que no estoy dispuesta a limitarme por conceptos erróneos de pureza que castran y justifican frustraciones culturales.
Cada peldaño me ha hecho crecer, pero también reconocer que aún no he terminado de integrar la fuerza de mi madre y padre, esa que te hace ir siempre hacia adelante.
Hoy sé que los amo profundamente; no importa si papá no estuvo, me otorgó dones maravillosos como la independencia y la alegría.
Mamá quizá fue muy estricta, era su propio dolor, y me enseñó fortaleza y disciplina.
El entender su dinámica me ha dado empatía. Por supuesto que las heridas de abandono y traición, si bien salen al paso de vez en cuando, me permiten desempeñarme profesionalmente y reenfocándolas.
Como decimos en Protección Civil, solo puedes salvar a quién quiere ser salvado, a los demás suéltalos, corrige en ti y sigue adelante.
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